El vino de la Ribeira Sacra coge fuerza en Estados Unidos.
Casi un año después de que el ourensano Peza Do Rei se convirtiera en "el vino de Obama", los bodegueros hacen balance del impacto de aquella distinción, así como de las buenas calificaciones de Parker o Gilman.
Recorro la ciudad buscando sabiduría y botellas, señales que me lleven al gozo del vino de la tierra. Encuentro lejanas pistas del amor al vino en los días en que los romanos disfrutaban de este clima y de aquella incipiente versión del turismo termal. Y cae en mis manos un ejemplar de la exhaustiva ‘Historia de la Provincia de Orense’ de Don Fernando Fulgosio. Estamos en el año 1868: "La principal riqueza de nuestra provincia consiste en la extracción de ganado vacuno, mular y de cerda, centeno, trigo, maíz, jamones exquisitos, lienzos bastos, hilo, lino en rama, y vino muy bueno, el cual, si bien en gran parte se había perdido estos últimos años, a causa del oidium, hoy vuelve a dar la vida, con lo que produce, a propietarios y colonos”. Buen vino y buena mesa. Una tradición que ha atravesado siglos y que ahora sigue en auge, aunque el vino ha iniciado un viaje hacia las Américas que supera a esta hora las previsiones más optimistas del sector.
Han pasado ocho meses desde que Obama alzó su copa de Peza Do Rei para brindar, delante de cientos de invitados ilustres, lanzando en un instante la mayor campaña internacional de los vinos de la Ribeira Sacra. Ahora, tras la humareda mediática, los bodegueros pueden al fin valorar los efectos de aquel gesto que ayudó a situar los vinos ourensanos en el mapamundi. “En nuestro caso la repercusión no ha sido tan notable como para otras bodegas, que estaban empezando en el mercado estadounidense”, explica Pedro Pérez de Adegas Guímaro, “pero es evidente que sí se nota un creciente interés de compradores estadounidenses para conocer la zona, y que eso ha sido una gran publicidad para la D.O”.
Con o sin obama
El vino elegido de Adega Cachín, fue el centro del brindis de la gala de la Hispanidad y la demanda de botellas se ha disparado desde entonces. El "vino de Obama" está agotado. Pero con o sin el impulso de la Casa Blanca, la Ribeira Sacra puede presumir hoy de estar conquistando Estados Unidos, a pesar de su limitada producción, que es también genuina marca de su carácter. Tinto de oro, bien posicionado por la crítica, la fiebre por el vino de la Ribeira Sacra en Estados Unidos contrasta con su posición más débil dentro de España. De los 192.7000 litros de la Ribeira Sacra que se comercializa fuera de España, 104.700 se dirigen a Estados Unidos. Reino Unido y Noruega son los siguientes en la lista de demanda. Portugal, por increíble que parezca, situado a pocos kilómetros de los viñedos, no pide ni una botella. Los bodegueros se encogen de hombros antes las estadísticas: que lo aprecien los que quieran.
“No cabe la menor duda de que todo el reconocimiento y la promoción que pueda recibir un vino repercute positivamente en la Denominación y siempre son buenas noticias las que proyectan al mundo una zona todavía desconocida”, asegura Ana Delia Pérez Somoza de Adega Algueira, “si el interés que suscitan estas noticias sirve para consolidar la D.O., abrir nuevos mercados y posibilidades de negocio a las bodegas, es fantástico”.
Rubén Pérez, de Ponte Da Boga, ofrece un análisis más amplio y general: “el mercado norteamericano, que es enorme y está creciendo, al revés que los países no anglosajones europeos, siempre tiene un espacio comercial para cosas singulares y originales, que es lo que oferta la Ribeira Sacra en el mundo del vino, en general ofrecemos vinos fragantes y elegantes, más que potentes”.
En estos viñedos no han cambiado en décadas lo esencial de su manera de hacer las cosas. Son bodegueros que ahora viajan a Nueva York, presentan sus nuevos vinos ante la élite y después regresan sobre sus pasos a enterrar las manos otra vez en sus viñas, a trabajar del mismo modo en que lo harían –salvando las distancias- en los tiempos pretéritos de los romanos.
Dejo la ciudad un instante para viajar a Madrid y encontrarme con uno de los grandes defensores del vino gallego en las últimas décadas , el veterano periodista gastronómico Víctor de la Serna. Le pregunto por las grandes referencias en la zona y responde al minuto, hablando con entusiasmo de los vinos de Adega Algueria, Adegas Guímaro, Ponte da Boga, A pita cega, Sílice Viticultores, y Pedrouzos.
"Los cañones verticales sobre el Sil y el Miño", escribía recientemente, "con esas viñitas imposiblemente colgadas de sus flancos, han cautivado a todo el que se haya acercado a la Ribeira Sacra, y en particular a importantes periodistas y catadores norteamericanos que han popularizado en un par de años sus vinos, de escasa producción, hasta el punto de hacer que los entusiastas de Estados Unidos la conozcan mejor que los españoles".
Fueron los romanos, hace dos mil años, los que trajeron a estas terrazas las primeras cepas, a las riberas del Miño y del Sil; el mismo lugar donde ahora el sol va dorando cada viña, donde aún se trabaja sobre el vino del modo lento en que se hacían las cosas hace siglos.
Todo aquí es artesanal porque no hay otra manera de hacerlo, dadas las condiciones del terreno. Las variedades Mencía, Merenzao, Brancellao, para los tintos, y las delicadas Godello, Albariño o Treixadura, para los blancos, deslizan esos vinos que emprenderán pronto su viaje a la mesa, lejos ya de esta Galicia, donde han sabido encontrar su mejor nicho.
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