La odisea de montar una vaquería en plena crisis láctea.
Galicia registró en 2016 un récord de solicitudes para abrir granjas pese a la falta de rentabilidad del sector. Lucía es la dueña de una de ellas
"Quieren que la gente joven se quede en el rural pero es imposible. No pedimos para lujos; este negocio es una ruina". A sus 34 años, Lucía Pedreira trabaja como autónoma desde 2011 en la explotación ganadera de su familia en Mesía (A Coruña). Iba a ser peluquera, pero plantó el peine para regresar a la granja donde había nacido, convencida de que sería más rentable dedicarle las mismas horas a un negocio ya en marcha. La crisis de precios que sufre el sector lácteo truncó su sueño.
Sus padres hicieron una inversión importante pensando en ella, pero en 2015 llegó la última y ruinosa vuelta de tuerca para el sector. Los precios de la producción cayeron en Galicia a unos mínimos históricos que hacen casi inviable el sustento de las vacas lecheras. La ganadera subsiste ahora atada a las deudas de la explotación y a los rigores de un oficio que no le ofrece ni un atisbo de esperanza.
"Esto va de mal en peor porque nadie hace nada para cambiarlo, y nosotros solos no podemos ir contra las grandes industrias que marcan los precios. Al final, es triste decirlo, trabajamos para ellas", se lamenta Lucía con su jornada laboral de lunes a lunes, sin días libres, con un negocio que "no depende del número de reses o de la salud de las vacas, solo de los intereses de las multinacionales y de los políticos".
Cuando la joven emprendedora tomó las riendas de la granja, los precios que se pagaban entonces "permitían hacer planes de futuro y arriesgar algo de dinero". Presentó un plan de mejoras para dedicar una parte de la explotación a la cría de novillas para inseminación. Para ello solicitó una subvención de la Xunta de 22.000 euros, "que no es una ayuda porque lo acabas pagando en la declaración de la renta", aclara Lucía.
Paradójicamente, pese a la grave repercusión económica de la sequía y la batalla por los precios de la leche en Galicia, la incorporación de nuevas generaciones al sector ha batido récords en 2016. Hasta 550 emprendedores han apostado por encontrar un futuro en las granjas, la mayoría en explotaciones ganaderas de lácteos y carne, lo que supone el doble de solicitudes respecto al pasado año, según fuentes del sindicato Unións Agrarias.
Este grupo de futuros autónomos (algunos licenciados y otros que quieren seguir con la tradición familiar) presentaron los proyectos de explotación en febrero, para acogerse a las ayudas que gestiona la Xunta de Galicia con fondos europeos y que este año tienen como novedad el adelanto de 20.000 euros en los seis primeros meses de desarrollo de los proyectos, que en algunos casos llegan a los 70.000 euros de inversión. Sin embargo, desde los sindicatos avisan que si no cambia la situación para los productores y se mantiene la caída de los precios, la apuesta de los nuevos emprendedores puede dejar de ser viable y muchos se echarán atrás.
"En estos momentos, pagando el litro de leche a 27 céntimos que, echando números, se quedan en 23, yo no le veo futuro a esto y supongo que tampoco el resto de los ganaderos", advierte Lucía. "No da ni para pagar lo que debes".
La debacle para el sector llegó el 1 de abril de 2015 con la desaparición de las cuotas lácteas. Pasó así a manos de las industrias el poder de decisión de quién puede producir y quién no, además de fijar el precio. El lamento de los asfixiados ganaderos lo confirman los resultados económicos para algunas de las principales industrias lecheras en España, que acaban de publicar un beneficio récord. Lo mismo ocurre con las cadenas de distribución, que ganan más dinero con la leche y derivados lácteos que nunca.
Lucía se levanta diariamente antes de las siete de la mañana. Desayuna y se dirige a los establos, donde le esperan más de 90 vacas que hay que alimentar, fundamentalmente con hierba y maíz de producción propia. A los terneros y novillas los lleva a pastar después de darles una buena dosis de leche. A partir del mediodía, Lucía y sus padres se dedican a barrer y baldear los establos para reponer con paja el habitáculo de cada res. Un rato de descanso y la tarea se reanuda en los silos, donde se apilan los alimentos y abonos para el campo. Sobre las seis y media de la tarde empiezan a ordeñar las vacas hasta el anochecer.
"Lo que más me fastidia es que mis padres gastaron por mí mucho dinero que no ha servido para nada", se queja Lucía. "Esto no da para pagar los gastos fijos que tiene la granja, además de los préstamos del banco, veterinario, seguros, etcétera. Sigo aquí porque sé que sin mi ayuda tendrían que cerrar".
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